domingo, 29 de abril de 2012

La extraña (primera) dama

Ex guerrillera, senadora del Movimiento de Participación Popular, es la esposa y alma gemela del presidente de Uruguay. 

Por César Bianchi.
Publicada en Gatopardo de México, nominada al premio Ortega y Gasset.



A la pequeña Lucía  le dijeron que tenía que conseguir que todos los niños del colegio y del barrio firmaran una carta para el presidente estadounidense. El ingeniero eléctrico Julius Rosenberg y su esposa Ethel, pertenecientes a las juventudes comunistas, fueron enviados a la silla eléctrica en junio de 1953 en la primera ejecución por espionaje de civiles en Estados Unidos. Una semana antes, en el colegio Sacre Coeur de las Hermanas Domínicas de Montevideo, las monjas se sumaron a la iniciativa humanitaria mundial de las cartitas que sensibilizarían a Harry Truman.
Y Lucía, una niña uruguaya de 9 años con el cabello siempre impecable, se entusiasmó. Cuando se enteró por la radio que los Rosenberg habían sido ejecutados, sintió un profundo dolor. Fue, según ella, su primera indignación. Aquel episodio político fue el germen de una razón de ser de izquierda, cree hoy.
“Después de la indignación viene el compromiso”, dice con 65 años, el pelo totalmente blanco, la voz calma, las arrugas elocuentes. Lucía sigue siendo Lucía, a secas, para la gente. Y es Lucía como su esposo, José Mujica, es el Pepe. Lo curioso es que Pepe es el presidente de Uruguay y Lucía Topolansky, senadora y primera dama.
Junto a su marido han vivido una peripecia idéntica y paralela: ambos fueron guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T, donde se conocieron), estuvieron largamente encarcelados, se fugaron, volvieron a ser capturados, se adaptaron al sistema político una vez liberados, llegaron al Parlamento, al gobierno y finalmente al sillón presidencial.
Se han publicado muchos artículos y libros contando la novelesca historia de Pepe Mujica, Gatopardoinclusive. Pero poco se sabe fuera del Uruguay de su compañera Lucía Topolansky Saavedra, su versión femenina y alma gemela.
Sin el glamour de su vecina y amiga Cristina Fernández de Kirchner y lejos de la seducción física de Carla Bruni, Topolansky no usa maquillaje, ni celular ni tarjeta de crédito; no se pone polleras cortas ni se le ocurriría exhibir un escote como el que una vez se animó a mostrar la alemana Angela Merkel. Su seducción pasa por su sencillez al hablar con “el pueblo” y no precisamente por su andar, algo maltrecho tras una operación de cadera.
Lo de ella todavía sigue siendo el compromiso, la militancia, y aunque podría descansarse en su rol cómodo de primera dama, prefiere el arduo trabajo legislativo. Por si fuera poco, dona el 70% de su salario al Movimiento de Participación Popular (MPP), el sector que fundó su marido, para financiar una cooperativa de microcréditos y planes de vivienda populares.

  
El primer mandatario es Mujica, claro, pero Lucía representa la voz del presidente para muchos periodistas, políticos y parte de la población. No hay cosa que le moleste más, por estos días, que sentir que quieren oírla para saber qué piensa Pepe.
“La gente me visualiza como la vía corta hacia él. Esa puerta he tratado de cerrarla, porque el acceso al presidente está organizado a través de su secretaría, pero la presión la sufro y estoy aprendiendo a manejarla. Es lo más novedoso”, dice Topolansky a propósito de ser “primera dama”, una figura institucional que en Uruguay no existe. Para filtrar ese atajo comenzó por cambiar el número de su celular.
Por lo demás, en la vida presidencial de esta pareja de ex guerrilleros tupamaros, siguen yendo a la feria de chacareros los fines de semana, de la mano y con la bolsa de los mandados. Siguen usando su Volkswagen Fusca desvencijado y despreciando el auto presidencial; siguen plantando alfalfa, zapallos y frutillas en la huerta del fondo de su casa. Él, presidente y todo, le sigue cebando mate todas las mañanas a ella.
Aunque le moleste, Lucía Topolansky sabe que no es tan descabellado que quieran escucharla para saber cómo piensa el presidente. Pepe y Lucía están mimetizados, comparten un único pensamiento político y hasta trasmiten sus ideas con el mismo vocabulario. Ella ha adquirido los modismos léxicos de su esposo y se reconoce buena comunicadora popular.
No sabe identificar la última vez que discrepó con su marido en algún asunto político discutido en “Puebla”, su chacra de Rincón del Cerro, un barrio rural en la periferia de la capital. “Bueno… hemos tenido puntos de vista distintos. ¿Si recuerdo algo? En este momento no”, se excusó hace un mes en su despacho del Parlamento (cuadro de Artigas, foto del “Che” Guevara, una con Mujica de hace 15 años en blanco y negro, pizarrón de acrílico con las actividades anotadas).
María Elia Topolansky, hermana gemela de Lucía, lo dice sin rodeos: Pepe y Lucía piensan igual. Y ella ha rezongado a su hermana por no marcar un perfil propio. “Yo soy más cuestionadora que ella. Cuando no pienso como ellos no se los mando decir; se los digo de frente”, dijo María Elia, desde Paysandú, un departamento litoraleño del Uruguay donde también vive en una chacra.
En enero, María Elia viajó a Montevideo para estar con su hermana, recién operada de un cáncer de mamas. Lucía le confesó que estaba preocupada porque los periodistas se le acercaban con la excusa de acceder a Mujica. Para María Elia, esa batalla está perdida: “si salen tres senadores de una sesión donde se discutió algo importante, los periodistas van a ir a buscarla a ella. Y con razón, porque piensan que mientras tomaban mate por la mañana charlaron con Pepe de asuntos políticos, no de bobadas”.  
Constanza Moreira, politóloga y senadora del MPP, cree que conforman “una pareja en el sentido más cabal del término”. “Han desarrollado una ideología juntos, una manera de vivir la política y una actitud única con respecto al sector y al Frente Amplio. Es muy difícil en una pareja tan consolidada ver qué es de uno y qué del otro”. Un concepto similar tiene María Elia Topolansky: dice que han logrado un equilibrio como pareja, una “solidificación” que los ha transformado en uno.
Hace algo más de un mes, en gira por el departamento de Colonia para apoyar al candidato a intendente por el sector, los reporteros locales sólo querían hablar con Lucía; nadie consultó a diputados y senadores que llegaron de Montevideo, ni siquiera le hicieron una sola pregunta a Jorge Motta, el candidato a intendente y anfitrión de la fiesta. Para Moreira, ese interés en entrevistarla es, en definitiva, una desconsideración hacia su figura política.
Y bien que se ganó el derecho a reclamar respeto a sus ideas propias. Es la cabeza de la lista más votada del sector más votado del partido más votado. Es la tercera en la línea de sucesión a la Presidencia. Desde que Mujica lanzó su campaña hacia las presidenciales y renunció al MPP –“chau a la barra, ahora pertenezco a todo el Frente”, dijo en julio- y el otro gran líder, Eleuterio Fernández Huidobro, se alejó y formó su propio sector, Topolansky ha ganado en protagonismo partidario.
Hoy, junto a Eduardo Bonomi (ministro del Interior y futuro ministro de Gobierno, mano derecha de Mujica) y al senador Ernesto Agazzi, conforman un trío que intenta “suplir con ventaja” al ex líder que llegó a ser presidente de todos los uruguayos. “Probablemente yo tenga más visibilidad que ellos por mi modo de ser, por ser la compañera de Pepe, o porque soy mujer y me miran distinto. Bonomi es un perro, un tipo de una constancia y perseverancia brutal; Agazzi es un científico, una cabeza absolutamente racional. Yo le pongo un poco de pimienta a la cosa, le pongo corazón. Y me doy cuenta que tengo más llegada a la gente por cómo me expreso”, analizó Topolansky.
La empatía con el uruguayo de a pie la fue generando desde la salida democrática y la recuperación de su libertad, cuando con Mujica salían por los barrios a organizar las “mateadas” con los vecinos. La pimienta y el corazón fueron moneda corriente desde que iba al colegio y en edad escolar –tras la frustración de las cartas a Truman- Lucía y su hermana gemela organizaron una huelga de compañeritas en protesta por las estrictas reglas de las monjas.


 Lucía y María Elia Topolansky nacieron el 25 de setiembre de 1943. El matrimonio del ingeniero Luis Topolansky y Elia Saavedra ya tenía otros hijos: Ilse, Luis Leopoldo, Enrique y Carlos Federico. Y dos años después de las gemelas, nació Inés, la menor. Las gemelas fueron las mimadas de la familia, eran muy bonitas y doña Elia las tenía siempre peinadas y perfumadas. “Mamá pasaba rato haciéndoles una cola de caballo en el pelo, pero Lucía hacía unos escándalos horribles mientras la peinaban y a los cinco minutos estaba despeinada otra vez”, le contó su hermano Enrique, actual encargado de la represa de Salto Grande, a Raúl Mernies del diario El País. “La vieja se cansó y le cortó el pelo, pero era tan linda que hasta el cerquillito le quedaba bien”.
La familia que vivía en el barrio residencial del Prado se mudó al más top Pocitos. Las gemelas fueron al colegio privado Sacré Coeur de las Hermanas Domínicas porque su abuelo materno podía pagarles la educación que su padre no. El ingeniero Topolansky tenía una salud precaria y la economía del hogar estaba muy medida. “Papá se enfermó de cáncer cuando ellas eran chicas y nos fundimos. Nos quedamos sin nada. El que estaba muy bien era el abuelo Saavedra. Él nos ayudaba”, continuó Enrique Topolansky.
El abuelo Enrique Saavedra era juez de paz y conocía al dedillo las historias de alcoba de cada casa de la Ciudad Vieja de Montevideo. Vivía en una casona de la calle Sarandí y se jactaba de haber tenido en su baño el primer inodoro del Uruguay, chato e incómodo, pero importado directamente desde Inglaterra. También en esa casa estaban la espada y el uniforme del almirante Barrozo, un prócer brasileño que peleó en la guerra de la Triple Alianza.
Para María Elia Topolansky, su familia era de clase media con abuelos adinerados. “Mis abuelos Saavedra tenían campo, una estancia y estaban en la lista de los 500 latifundistas del país. Creo que mis padres llevaban un tren de vida superior al de sus posibilidades reales. Nunca nos faltó comida ni abrigo, pero cuando papá se enfermó, se complicó. Fuimos a un colegio privado porque lo pagó mi abuelo. ¿Quiere que le diga una cosa? Ahí aprendimos la lucha de clases”, se ríe la gemela de Lucía.
El ingeniero Luis Topolansky se asoció con una empresa constructora que estaba por empezar una obra en Punta del Este. Dirigió el pavimentado de avenidas principales del balneario, pero el gobierno de Juan Domingo Perón prohibió a los argentinos veranear en Uruguay, la empresa cayó en bancarrota y los Topolansky volvieron a la capital. 
De nuevo a estudiar con las monjas. Lucía era muy estudiosa y alumna de sotemuybueno. Le gustaba leer, pintar, jugar al vóleibol, andar en bicicleta y salir de cabalgata con sus primos. El tío Juan Saavedra le regaló sus primeros libros: el Martín Fierro de Hernández y El Quijote, que tanto admira.
Luego de estudiar hasta cuarto de liceo católico, las gemelas hicieron preparatorios de Facultad de Arquitectura. Ambas comenzaron su militancia en la secundaria, pero María Elia terminó el bachillerato en dos años y Lucía en tres. “Así que cuando ella entró a la facultad, yo ya estaba integrada a las estructuras de estudio, gremiales y de movilización”, recuerda María Elia, hoy acogida a la ley de reparación para presos políticos y periodista “amateur” de una audición radial en Paysandú.
Con 23 años, en 1966 María Elia se unió al MLN y un año después pasó a la clandestinidad. “Uno se moldeaba en el todo o nada, blanco o negro. Si no te comprometías, estabas para la pavada. Eras un nabo”, reflexiona María Elia.
Lucía, en tanto, hacía militancia estudiantil y “militancia social y solidaria”. Asistió a la parroquia universitaria, apoyó al sindicato de los trabajadores de la caña de azúcar del departamento de Artigas, ayudó en cantegriles (hoy conocidos como asentamientos, con otra fisonomía) y organizó colectas para enviar tractores a Cuba, en tiempos de su romántica revolución. A Lucía no le eran indiferentes la caída de Batista, la lucha por la Ley Orgánica de 1959 y las movilizaciones de los cañeros.
A fines de los años sesenta consiguió un empleo en la financiera Monty para poder pagar sus estudios de arquitectura. Poco tiempo después advirtió que la empresa era una fachada que llevaba contabilidades paralelas a conocidos empresarios y políticos. Se enfrentó con un dilema. “Pensé: ¿me quedo quieta y conservo mi empleo? ¿Me voy a la mierda y que esto siga? ¿O lo denuncio? En ese caso, ¿a quién? No tuve eco en el gremio bancario ni tenía contactos en la prensa. Entonces me vinculé al MLN y fui acumulando evidencias”, contó.
El asalto del MLN a la financiera Monty en febrero de 1969 fue todo un éxito con impacto positivo en la opinión pública. La operación armada desenmascaró una corrupción amparada por el gobierno de entonces. Con los libros de contabilidad apócrifos en los diarios hubo procesados por encubrimiento, renunció el ministro de Economía y los tupamaros ya eran vistos como los nuevos Robin Hood.    
Para ese año, Lucía –con el alias de Ana o “La Tronca” en la organización- ya era una mujer de armas tomar. Un año después fue detenida. Cuando el ingeniero Topolansky murió, Lucía no pudo ir al velorio. Estaba en la cárcel de Punta de Rieles.


 Se escapó por las alcantarillas de Montevideo y volvió a militar como guerrillera hasta que en 1971 fue capturada. Allí, en la cárcel para mujeres de la calle Cabildo, se reencontró con su hermana, pero la relación ya no era tan fraterna.
Del seno del MLN se habían escindido algunos grupos con la misma intención de lucha armada pero con matices en visiones estratégicas. María Elia se había sumado a la FRT (Fuerza Revolucionaria de los Trabajadores) y Lucía seguía siendo tupamara. “En esa época tuvimos una relación formal. Aquella vida política y las experiencias que uno tenía eran tan fuertes que resultaban más importantes que los lazos normales de seres humanos con vidas normales”, reflexiona María Elia.
Ese mismo año se fugaron nuevamente, esta vez juntas, siguiendo una planificación de los tupamaros. Fueron 33 mujeres que olvidaron las tendencias y huyeron por las cloacas. En la calle, y como la prioridad seguía siendo la militancia clandestina, las hermanas volvieron a separarse.
Recién se juntaron el 14 de abril de 1972. Ese día los tupamaros llevaron a cabo una operación sangrienta que tenían bien preparada: ametrallaron a dos policías, un oficial naval y un ex subsecretario del Ministerio del Interior. La venganza llegó unas horas después. Las Fuerzas Conjuntas localizaron locales clandestinos del MLN y ultimaron a ocho guerrilleros, cuatro en una vivienda de la calle Amazonas y otros cuatro en una casa de la calle Pérez Gomar. En esta última detuvieron a ocho tupamaros, pero dejaron en libertad a la mitad. A los otros, los mataron. Armando Blanco, entonces el “compañero” de Lucía, fue uno de ellos.
Las Topolansky olvidaron rencores por tácticas ajenas y se abrazaron emocionadas. Fue cuestión de unos minutos, porque volvieron a separarse: no era conveniente seguir juntas. Y se sabía: primaba la militancia “compartimentada”.
Envalentonada, la Policía solicitó autorización parlamentaria para la implementación de un “estado de guerra interno” y suspender la seguridad individual. El Ejército comenzó a realizar allanamientos, detener personas y torturar en unidades militares. El golpe de Estado estaba a la vuelta de la esquina.
En plena dictadura, Lucía y María Elia volvieron a verse… pero tras las rejas. En la cárcel de Punta de Rieles la política carcelaria se había endurecido, aunque no tanto como la sufrió el nuevo compañero de Lucía, un tal Pepe, uno de los que mandaba entre los “tupas” y más respetaban (y torturaban) los militares.
Pepe Mujica era un viejo conocido de María Elia, con quien había compartido una columna del MLN; Lucía lo conocía de vista, pero su hermana nunca se lo presentó. El contacto más estrecho entre ambos se dio esos meses previos a la nueva detención de Lucía. “Nos conocimos en la militancia, pero lo nuestro no fue una novelita rosa. En un momento dado nos hicimos compañeros. No había mucho tiempo, si estás en la lucha, estás para eso”, me explicó Lucía a mediados del año pasado en su chacra, en una casita sencilla con plantas que tapan la fachada, paredes descascaradas y techo de chapa.
De vuelta en la cárcel de mujeres, a las hermanas Topolansky les tenían prohibido saludarse. Les contestaron a los militares saludándose más efusivamente, como si contaran con signos de exclamación para eso; todo con tal de no dar el brazo a torcer. A Pepe seguía yéndole peor: estaba recluido en un pozo de algún cuartelito del interior donde los militares le prohibían ir al baño y hasta bebió su propio orín cuando no quisieron darle agua. A falta de compañeros de celda, se puso a hablar con las hormigas y nueve ranitas.
 A Lucía Topolansky la habían sentenciado a 45 años de prisión, pero cumplió 13 cuando llegó la democracia. Lucía y su compañero Pepe fueron amnistiados como “sediciosos” y recuperaron la libertad el 10 de marzo de 1985. A ella la sacaron en la primera camioneta policial que la dejó en el barrio residencial Pocitos, donde vivía su familia. A Pepe lo llevaron hasta la casa de su madre, en el más popular Paso de la Arena, donde todo el barrio lo esperaba. “Me sentí plenamente libre y feliz”, me confesó Mujica una mañana en su casa, antes de ser electo presidente.
Una hora después de estar liberados, Lucía llegó hasta la casa de la mamá de Pepe. Así, frente a todos, oficializaron un romance que había quedado trunco por la cárcel. Él volvió a dedicarse a la floricultura y ella empezó a atender una cantina en una facultad, vendiendo golosinas y sánguches de jamón y queso. Mientras buscaban independizarse, vivían junto a Lucy Cordano, la madre de Pepe.
Los guerrilleros estaban enamorados. El hoy presidente Pepe, para la biografía oficial Mujica de Miguel Campodónico (1999), intentó explicar ese rasgo enamoradizo de los revolucionarios: “No sé si será por la certidumbre instintiva de que se está rozando la muerte. De repente lo que digo es un bolazo que no tiene mucho asidero científico. La relación que se dé entre revolucionarios tiene que basarse en un afecto muy especial, muy intenso, porque están sometidos a la incertidumbre”.
Iba a ser difícil la adaptación a la nueva sociedad en busca de certezas, pero algo tenían muy claro: había que seguir militando.



Los dos se tomaron muy en serio la militancia. Si antes como guerrilleros eran “políticos con armas”, según el historiador Carlos Real de Azúa, ahora no tendrían más remedio que sumarse al sistema político si querían seguir soñando con el Uruguay socialista. Así nacieron las “mateadas” para conocer las inquietudes del “pueblo” y en 1989 el Movimiento de Liberación Nacional –luego de un agitado debate interno- devino en el Movimiento de Participación Popular, un grupo político sin eufemismos. Hubo que demostrarles a los principales dirigentes del Frente Amplio que los “tupas” estaban domesticados, para poder ingresar al partido.
En 1995 José Mujica llegó al Parlamento como diputado. Los medios se frotaron las manos: llegaba con la barba crecida, dejaba su moto Vespa en el estacionamiento, no usaba saco ni corbata, llegaba con los palillos de la ropa en el ruedo de sus pantalones y como yapa hablaba de una forma graciosa pero gráfica. No se parecía en nada a un político.
Ese año Lucía Topolansky asumió como edila suplente de la Junta Departamental de Montevideo y cinco años después resultó legisladora, como su marido. Ingresó como suplente del diputado Jorge Quartino y cuando éste falleció, se hizo cargo de la banca. Eligió integrarse a las comisiones legislativas de Presupuesto y de Vivienda.
Por esos años a comienzos del nuevo milenio la politóloga Constanza Moreira, izquierdista a escondidas, conoció a la pareja de Pepe y Lucía. Moreira había ido a analizar el nuevo escenario político a un programa de televisión, mientras que ellos esperaban su turno para ser entrevistados después del corte. “Estaban sentaditos los dos, uno al lado del otro, en la oscuridad de aquel estudio y no había ni un productor cerca. Llegué, me presenté y los abracé. Cuando me iba, me dije para mí misma: ‘mirá vos esta parejita, qué compinches los dos’”, recuerda hoy.
Mujica recién empezaba a ganar popularidad a base de ocurrencias ingeniosas e inteligentes y Lucía hacía sus primeras (de hecho, segundas) armas. “Cuando los empecé a tratar me impresionó la cantidad de cosas que sabía Lucía, porque quien más luce es él”, agrega Moreira, hoy senadora del MPP. También le llamó la atención la forma de razonar de Topolansky, como quien va desarrollando una cinta lentamente, compara. Algo de eso se percibe al escuchar hablar a la “primera dama” en su despacho: habla lento, claro, pone ejemplos, argumenta todo como sintiendo culpa.
Para Moreira ambos representan una “generación heroica” que sufrió, se repuso al dolor y sobrevivió “con ganas de reconstruir política” con un sentido positivo. No es romanticismo, dice. Es ese machacar con la idea de que la vida vale la pena, que la política es importante para cambiar lo que está mal y que, claro, siempre hay que seguir luchando por los ideales. “Hicieron su balance crítico una y mil veces. Lo de ellos fue mucho aprendizaje, mucho cambio”.
El poder de la política los siguió sorprendiendo y ellos hicieron lo mismo con el sistema. El 31 de octubre de 2004 Lucía Topolansky encabezó las listas del MPP para integrar la Cámara de Diputados, y logró su butaca. El sector fue el más votado (330.000 papeletas) para darle a la izquierda su primer mandato en la historia del Uruguay. El médico socialista Tabaré Vázquez ganó por el Frente Amplio y nombró al senador electo Mujica su ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Solo el MPP (MPePe para algunos humoristas) tuvo más votos que el histórico Partido Colorado, acostumbrado a gobernar desde la fundación del país. Lucía, suplente de su marido, ocupó su banca en la cámara alta.
En 2005 se casaron. Lo explicó Pepe Mujica en un programa de televisión: “Fue en la cocina de casa. Trajimos al juez, vino a la cocina, puso el libraco en la mesa. Nos salieron de testigo. En realidad fue una puesta en orden de los papeles en un tiempo que estás por una para salir y después se arman unos líos bárbaros”.
Lo mejor (y más increíble unos años atrás) estaba por venir.


“¡Al hombro! Van a desfilar para rendir honores a la señora presidente de la Asamblea General. ¡Giro a la derecha! ¡Atención! ¡Paso redoblado!”, exclamó el teniente coronel Dardo Romero la mañana del 15 de febrero pasado frente al Palacio Legislativo. Los que obedecían las órdenes del comandante Romero eran miembros del Batallón Florida de Infantería 1 del Ejército. El mismo batallón que capturó a Lucía Topolansky más de tres décadas y media atrás, esa mañana le rindió honores.
La sede del Batallón Florida es, desde la recuperación democrática, el ex penal de Punta de Rieles, donde las hermanas Topolansky y las demás presas políticas estuvieron presas. Veinticinco años después de haber recuperado la libertad y de inaugurada la nueve sede del Batallón de Infantería, los nuevos soldados se esmeraban en congraciarse con la nueva presidenta de la Asamblea General, la primera senadora del país, ex convicta de la repartición militar donde ellos ahora trabajan.
Jugarretas como esa, el destino le preparó varias a la pareja Mujica-Topolansky. Cinco años antes, cuando en febrero de 2005 Mujica fue el senador más votado y debió presidir el Parlamento, dijo: “ni el mejor novelista pudo imaginarse esto”. Pepe se había vestido con campera azul sin marca pero nuevita, y se vio por tele. A él le tomó juramento su compañero Fernández Huidobro, tupamaro y de andanzas en tatuceras (berretines). “Compañero de todas las horas, tómeme juramento”, le pidió.
Un lustro después, el guionista del Pepe y La Tronca tenía más capítulos para este culebrón político. El 15 de febrero de 2010 también asumió como presidenta de la cámara baja otra tupamara, Ivonne Passada. Pareció una celebración democrática organizada para ellos, un chiste interno: el también tupamaro Bonomi le tomó juramento a Lucía y al finalizar se despojó del protocolo. “Felicitaciones y vamo’ arriba compañera”, la alentó.
Al anochecer, en las escalinatas del Palacio Legislativo las cantantes Laura Canoura, Malena Muyala y Mónica Navarro entonaron tangos. Una cuerda de tambores formada por mujeres, La Melaza, concluyó la ceremonia. Lucía, la principal agasajada, y su marido, la presenciaron sentados en las escaleras, entre los curiosos anónimos.
Apenas un par de semanas después José Mujica asumió como presidente de la República. Llegaron medios de todo el mundo para ver de cerca la fábula increíble de la transformación política más excéntrica del cono sur. “Señora presidenta de la Asamblea General, mi querida Lucía, legisladores y legisladoras que representan la diversidad de la nación…”, comenzó su discurso Pepe.
Lucía Topolansky se resiste a compartir lo que sintió el 15 de febrero y el 1 de marzo de 2010. Pero da algunas pistas: “Decidí disfrutar el momento y punto. Dije que dentro de diez años voy a escribir lo que sentí, porque no quiero que tenga ningún tipo de utilización política ni periodística. Traté de disfrutar el momento al mango, porque no se me iba a dar dos veces en la vida”.  
 Por esos primeros días de luna de miel, la llamaron de todos lados. Le preguntaron si se sentía más identificada con Michelle Obama o la chilena Bachelet. Dijo que le gustaba vestirse sencilla, más como Bachelet o la alemana Merkel y reconoció que no tenía la “pinta” de Cristina de Kirchner. “Me hicieron un cúmulo de preguntas estúpidas y yo contesté”, dice hoy, lamentada por haber respondido.
Otras consultas fueron más incómodas (lo supo después) y despertaron polémica. Una periodista de la agencia EFE le preguntó por la conveniencia del uso de las armas para defender ideas políticas. Ella dijo en-política-nunca-digas-nunca y la oposición, claro, enfureció. Topolansky salió a aclarar, como tan a menudo hace su marido Pepe. Dijo que Barack Obama llegó a presidente prometiendo cerrar Guantánamo y abandonar la guerra en Irak y Afganistán, y no hizo ni una cosa ni la otra. “Quise decir que en política es sabio saber que no hay absolutos”.
Su colega y analista política Constanza Moreira dice que “no debe haber más personas en el mundo que hayan pasado más veces el test democrático” que Pepe y Lucía. Cree que no llegaron hasta acá por ambiciones personales, ni son narcisistas ni los seduce el poder. El propio Mujica le dijo a esta publicación antes de ser electo mandatario que prefería estar en su chacra que en el sillón presidencial. Si se postulaba, dijo, era para “darle una mano” al partido; no podía hacerse el desentendido.


La primera dama virtual tiene muchas tareas por delante, como senadora: está siguiendo la discusión de la ley de telecomunicaciones y la de presupuesto, y en cambio no le interesa mucho aprobar la que despenaliza el aborto ni la cuotificación de cargos por género, que moviliza a las feministas.
A Lucía Topolansky la desvela darle vivienda a los más pobres. “El ser humano es el único de toda la creación que no tiene un techo para vivir, mientras que el cascarudo más insignificante tiene su cuevita”, razona. Para eso estudia muy bien el Plan Solidario que instrumenta el Ministerio de Vivienda. A su pesar, se lamentó porque dos días después de la visita de Gatopardo no podría recibir en la comisión de vivienda del Parlamento a la nueva ministra porque justo ese día le tocaba “hacer de vicepresidenta”, ya que su esposo debía viajar a Venezuela, a visitar a Chávez.
Lucía se pone más seria que nunca y en su despacho se despacha: informa que el Frente Amplio redujo a la mitad la indigencia y bajó un tercio la pobreza. Ahora su marido –oficia de vocera, el rol que no le gusta- quiere eliminar la indigencia y bajar otro tercio los índices de pobreza. Ella sabe cómo. Hay un déficit de 100.000 viviendas pero, a su vez, hay 100.000 otras sin habitar. “Yo le puedo dar la mejor vivienda a una familia, pero si no la acompaño a aprender a vivir en ella y no incido en la cuestión laboral, sanitaria y educativa, es lo mismo que no le diera nada”. Y como siempre, traduce con un ejemplo que ilustra: estuvo seis meses tomando mate todas las semanas con una familia de clase baja para enseñarles a abrir la ventana. “Venían de vivir en una casa que solo tenía puertas y las ventanas les resultaban una agresión a la vista”, explica. Medio año de convivencia y apoyo a esa familia terminó en las ventanas abiertas de par en par. “Si esa otra mitad del trabajo no se hace, de nada vale que le dé la mejor casa”, concluye didáctica.


“Lucía es una especie de gota de agua de todos los días, de todos los momentos. Es de ese tipo de militante infatigable que genera luz propia pero de otra manera. Es prácticamente la consecuencia con forma de mujer y sin ella hay muchas cosas que no serían posibles”, dijo Mujica en diciembre de 2008 por radio. “La verdad que encajamos fenómeno”.
Para María Elia, su hermana es una mujer del montón, porfiada y cómplice, pero una mujer común y silvestre. Ella, la propia Lucía, piensa lo mismo; dice que no sabe por qué tantas editoriales le propusieron escribir sus memorias (“¿a quién le puede interesar la vida de una mujer común y corriente?”).
“Es una compañera más”, insiste María Elia del otro lado del teléfono, y con la voz idéntica a la de su hermana. La única diferencia es que le “tocó” estar en ese lugar, al lado del hombre al que le “tocó” asumir la Presidencia. Lucía toma prestada la frase de Ortega y Gasset (aunque desconoce el origen) y dice lo mismo que su gemela: “uno es uno y sus circunstancias”. Y sus circunstancias fueron de lucha, protesta, cárcel y sobre todo, militancia. Tanto compromiso que le costó no tener hijos o nunca llegar a ser arquitecta.
-¿Se arrepiente de algo?
-Es muy fácil opinar con el diario del lunes. Si volviera a vivir es probable que cometiera (sic) los mismos errores y los mismos aciertos, porque… uno es uno y sus circunstancias. Creo que en la vida me he comprometido con lo que he pensado, en el acierto o en el error pero siempre me comprometí. Y me dediqué a las causas por las que he vivido. En eso estoy tranquila.
Me hace acordar al dictamen de conciencia que me había revelado su hermana, para los que vivieron jóvenes aquellos sesenta en un convulsionado Uruguay: había que elegir entre todo o nada porque sino “eras un nabo”. Es fácil darse cuenta que Lucía, la mujer del presidente Pepe que le cocina todas las noches pero nunca le ceba mate, no está “para la pavada”. Valió la pena tanta militancia.


    

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