domingo, 29 de abril de 2012

Colonia, la romántica

Histórica ciudad amurallada que enamora a los enamorados.


Por César Bianchi.



Una pareja de enamorados está pasando por un mal momento. Él, Juan, sabe que ha descuidado su relación; y ella, Luz, harta de tolerar las ausencias de su novio, llega a la casa con mal talante. Juan -un actor exitoso en una tira juvenil de 1993 devenido en víctima de la ignominia- la recibe sacando un pollo (quemado) del horno. Le ruega que lo perdone, le dice que quiere hacer las cosas bien, que la ama. “Pedime lo que sea, lo que sea para sacar esto adelante”, se esmera. “Estuve pensando en algo… Últimamente no estamos pasando mucho tiempo juntos, así que podríamos hacer algún viaje, algo simple. A Colonia, por ejemplo, este fin de semana”, dice ella. “Hecho: nos vamos a Colonia”.
Eso sucede en el capítulo ocho de la segunda temporada de la comedia argentina Todos Contra Juan.Es recurrente la obsesión de guionistas de comedias, novelas y cine argentino con Colonia: si una pareja tiene que reconquistarse, cruza el Río de la Plata y se va a Colonia; si un bandido cometió una estafa, se va a la buena anfitriona Colonia; si un escritor necesita inspiración, se va a Colonia para hallar su musa; si hombres de negocios tienen que reunirse, también van a Colonia.
Es más, Ulises, tercero en discordia de la novela, ex novio y patrón de Luz en una revista con preocupaciones ecológicas, debe asistir como activista, a la Convención Mundial de Medio Ambiente en… Colonia.


Colonia del Sacramento está en el suroeste de Uruguay, y hay que decirlo desde el inicio: fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco en 1995. Es la chapa que tiene, el orgullo de la localidad, el departamento y hasta el país. Para eso tuvo que aggiornar su estilo de vida pueblerino a las exigencias del turismo VIP. Y qué mejor que hacerlo que tomando a la historia como aliada. Así, se dio cuenta que las callecitas empedradas y los faroles de la época colonial portuguesa eran, en sí mismos, un atractivo. Sólo había que rodear esa herencia con buen gusto y menúes variados.
En ese híbrido hoy conviven todos armoniosamente: los colonienses trabajando todo el año para el turismo (que se da el lujo de no contar con una zafra puntual) y los turistas dejando divisas, todo el año. El diferencial es la seguridad: por las calles del casco histórico los visitantes pueden ostentar alhajas, filmar tranquilos o grabar con sus celulares touch screen sin miedo a que se los saquen de las manos.
Colonia es una ciudad bipolar. Es típicamente uruguaya si uno pasea a pie por el centro o recorre la rambla portuaria. Verá chiquilines tomando mate y comiendo bizcochos como en cualquier ciudad oriental. Están esperando que caiga el sol: haciendo nada, eso que es tan lindo y se hace poco. Pero, lo dicho, el orgullo es la Ciudad Vieja, no más de diez manzanas que exhiben el legado europeo de la época de la colonia, de cuando españoles y portugueses se la disputaban como un trofeo (en 326 años de vida ¡cambió 15 veces de dueño!).
Los portugueses fundaron Colonia del Sacramento en 1680. Cuarenta años antes Portugal se había escindido de la corona española, golpeándose el pecho. Pero la bravuconada les hizo salir a buscar un puerto conveniente por estos lados para seguir contrabandeando plata y esclavos africanos, sin depender del puerto de Buenos Aires. Así eligieron un fragmento en territorio español del paraje conocido, entonces, como San Gabriel. Este gesto temerario, de elegir un punto estratégicamente frente a la capital porteña, conllevó las fricciones que se sucedieron después entre los dos vecinos de la península ibérica.
Querían, entre otras cosas, redimensionar la riqueza ganadera de la región. Ahí Colonia empezó ganando. Los faeneros y los bandeirantes fueron los primeros oportunistas: venían, con permiso del Cabildo de Buenos Aires, esperaban a la vera de los arroyos y embarcaban todos los vacunos que precisaban. Después se sumaron los indios. Este golpe ambiental que significó la introducción de la ganadería, parece menor al lado del cambio climático y calentamiento global que conocemos hoy.
Con esas ansias de conquista lusitana -que llegó a traducirse en falsificación de mapas donde Brasil crecía virtualmente- unos 800 soldados y varias familias de colonos fundaron Colonia. Hoy, esa arquitectura que evoca el espíritu de la época se ve reflejada en la Ciudad Vieja o casco histórico, unas 12 hectáreas que viven por y para el turismo, como los propios lugareños.
En ese puñado de manzanas confluyen los estilos español y portugués, ya sin conflictos. Están los desagües de las calles adoquinadas, la ilustración de puertas y ventanas, el diseño de las tejas y hasta los mobiliarios. Hay decenas de faroles, como los de antaño, que le dan su toque de identidad colonial y la mismísima Calle de los Suspiros, cita ineludible para cualquiera: ícono del romanticismo, convertido en postales.
Cada casa tiene un azulejo nomenclator con el número de la vivienda y el nombre de la calle en letras barrocas, con filigranas y diseños poco criollos. Los hizo el artesano y ceramista Ariel Chape, a principios de los años 80, a pedido de la Intendencia Municipal de Colonia, cuando la ciudad quería ser lo que hoy es. Chape vive en el paraje Oreja de Negro, a mitad de camino entre el centro de Colonia y el residencial Real de San Carlos, y tiene su local de artesanías en la histórica Ciudad Vieja. Dice que el torno alfarero le queda muy bien, pero también ha hecho réplicas de fuentes de té o café en cerámica y platos idénticos a los originales, que exhibe en el Museo Portugués de Colonia. Una fuente de jardín suya se aprecia en el hotel Plaza Mayor, en el medio de mucho verde.
Chape dice que es fácil distinguir lo notable en Colonia: cada quien la vive como quiere. “Muchos de acá la sienten como si fuera una aldea; otros viven como en Buenos Aires, enloqueciéndose al trabajar 14 horas por día”. Los primeros cortan las tardes para la siesta, entre ellos el propio ceramista. Excepto por el shopping center, en la entrada a la ciudad por la ruta 1, y por los comercios en el casco histórico, esta ciudad mutila sus jornadas laborales para no cansarse.
El obrero apunta lo que han dicho otros: la tranquilidad de la zona es un plus para el visitante. Un amigo de él hace años que deja la manguera con la que riega el césped de su casa colgada en el portón del frente, y a nadie que adivinara a pasar en bicicleta por ahí se le dio por llevársela. “A lo sumo puede haber algún robo cuando viene algún grupo de rock de Montevideo”, dice.


Por algo la ciudad italiana de Florencia no tiene subtes; porque se la puede recorrer a pie. Pasa lo mismo con Colonia. Y si caminar por Florencia es como retrotraerse al Renacimiento, hacerlo por la Ciudad Vieja de Colonia (con un poco de imaginación) bien puede evocar los tiempos coloniales.
En una de esas esquinas está la Pulpería Los Faroles. Luego de recomendar el lomo a la pimienta o salmón en salsa de camarones, Gerardo Pernigotti cuenta cómo empezó a reconstruirse la nueva identidad de la localidad uruguaya. Pernigotti, argentino de la localidad porteña de Los Toldos,  es el dueño de la “pulpería”, en la parte histórica de la ciudad. Dice que para 1975, el estadounidense Edward Shaw llegó y se enamoró del lugar. Comenzó a llamar a sus adinerados amigos y a conminarlos a invertir en ella. El norteamericano Roger Alubba y el uruguayo Juan Carlos Puppo se sumaron a la movida. Tres años después, todos ellos tenían su propia casa en Colonia. Pero se dieron cuenta que el barrio sur, nada muy distinto a un conventillo, necesitaba glamour. Y ahí se abrió la pulpería como lugar de encuentro y sitio de comidas.
Hoy, sigue Pernigotti, el turismo en la ciudad es una industria tan fructífera como la agricultura y la ganadería. La ciudad, con 20.000 pobladores, recibe 700.000 visitantes por año. Además, integra la cuenca lechera con San José, tiene un puerto que permite el logo “for export” en los productos que salen, y tiene pujantes sectores como la quesería, que intenta emular la exitosa ruta del vino de Mendoza, con… la ruta del queso.
Es, coinciden los que saben, el departamento uruguayo de mayor crecimiento en las próximas décadas.
Pernigotti comparte con el artesano Chape: en Colonia todavía se pueden dejar las llaves del auto puestas y la puerta abierta todo el día. Y se puede mirar hacia arriba y ver el sol, gracias a la reglamentación municipal que impide construir edificios de más de 15 metros. “No es poca cosa ver el cielo”.


Colonia es algo más que calles empedradas y poses para la foto bajo los farolitos. Bordeando la rambla, donde -quedó dicho- hay jóvenes mateando, se llega a la zona del Real de San Carlos. El vecindario atestigua la huella española en la ciudad; por allí acampaba el ejército a las órdenes del rey Carlos III. Hay construcciones majestuosas y otras derruidas que supieron de momentos de gloria, y así atrajeron al galán de telenovelas coloniense Osvaldo Laport, que cruzó a buscar fama a Buenos Aires.
Por ahí está el Museo de Naufragios y Tesoros, empecinado en mostrar que este litoral norte del Río de la Plata está lleno de historia. Colonia toda tiene identidad museística: la Casa del Virrey está reciclada pero honra su origen portugués; el Centro Cultural Bastión del Carmen, de 1880, fue fábrica de jabón, curtiembre y granero; el Museo Municipal fue la casa del Almirante Brown desde 1795; el Museo del Azulejo suma piezas portuguesas, francesas, catalanas y las primeras uruguayas; y por si fuera poco están el Museo Español y el Portugués, con muros levantados en el siglo XVIII.
El Real de San Carlos nace en 1761 cuando el ejército español, respondiendo a la corona, sitió el lugar para desalojar a los portugueses. Pedro de Cevallos hizo sus tareas imperiales y luego del acuerdo –tras el Tratado de París, Colonia quedó en manos portuguesas- mandó tirar abajo todo lo que había construido durante su gobierno.
Pero quedaron unas cuántas cosas que hoy deben visitarse. Hay una enorme Plaza de Toros, por ejemplo. Con un estilo morisco, fue construida con ladrillos de arcilla de la zona. Fue fundada por el empresario argentino Nicolás Mihanovich en 1908 y en ella hubo apenas seis corridas. Es que el entonces presidente de la República, el progresista colorado José Batlle y Ordóñez, también presidía la Sociedad Protectora de Animales, y claro, quedaba feo que hiciera la vista gorda. Prohibió las fiestas taurinas, entonces, y el símil de coliseo quedó a disposición de feriantes, directores de videoclips, de telenovelas (de nuevo) y hasta de personas sin techo. Por estos días, aunque hay carteles indicando el peligro de derrumbe, los turistas, intrusos, se cuelan para tener la fotografía digital desde su interior.
La plaza de toros contó con una capilla, donde los toreros oraban antes de cada actuación. El escenario está bordeado por una calle que lo circunvala hasta que se enfrenta a una doble avenida, donde se realizan carreras de autos avaladas por la municipalidad. Dicen que estas carreras algo tuvieron que ver con la decadencia de la plaza de toros, considerando las consecuencias de las vibraciones en el suelo. Detrás de la plaza está el Hipódromo del Real, uno de los más importantes en el país. Y a metros está “el frontón”, como lo llaman. Es un estadio cerrado de pelota vasca, donde se disputaron juegos sudamericanos y se lució Néstor Iroldi, el uruguayo cinco veces campeón mundial de esta disciplina.
  La zona le debe casi todo a Mihanovich, quien a principios del siglo pasado tomó el viejo bastión español y lo impulsó con inversiones: construyó la plaza de toros, el único frontón de Sudamérica, un hotel casino, una usina eléctrica y un muelle de madera. Hoy hay un hotel y un barrio privado donde antes había un bañado; y aquel casino servía de recreación para todos los porteños, cuando en Buenos Aires estaba prohibido apostarle al azar. 
Todo de frente a un cordón de playas de arena bien blanca. Es como un pequeño balneario dentro de la ciudad. El departamento de Colonia cuenta con 200 kilómetros de costa para el disfrute. Desandando el camino por la rambla se ven casas enjardinadas y visitantes en carritos de golf para cuatro personas, a 12 dólares la hora.
El centro de la ciudad está dominado por la democrática General Flores, donde se juntan los turistas que se sienten a sus anchas en el casco histórico y los lugareños que viven del turismo sin quejarse. General Flores comienza donde el puerto de yates se junta con la Ciudad Vieja: hay placitas, oficinas, comercios y restoranes que pasan los partidos de Boca y River. Alguno, vale consignarlo, prefiere sintonizar el fútbol uruguayo.
El artista plástico Jorge “Perico” Carbajal contradice la teoría de otro pedacito de Uruguay porteñizado (como Punta del Este, digamos); dice que son los bonaerenses los que eligieron instalarse de este lado y “uruguayizarse”, tocando el tamboril los fines de semana o hinchando por la celeste. ¿Por qué? La respuesta de todos: además de linda y romántica, Colonia es tranquila y segura. “Pero cada vez lo decimos menos y en voz baja, para que no se aviven los ladrones. Colonia tiene ese encanto que adormece. Mirá que los que vienen a buscar el amor, se enamoran”, concluye.
No hay cómo evitarlo.
Juan y Luz terminaron su noviazgo al capítulo siguiente de Todos Contra Juan. Nunca pudieron concretar el prometido viaje a Colonia. Quizás fue por eso. 

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